El olfato es uno de los cinco sentidos con los que percibimos el mundo, y aunque históricamente ha sido considerado menos importante que la vista o el oído, estudios recientes han demostrado que tiene una capacidad única para evocar recuerdos. Es el sentido con mayor poder de evocación, es capaz de transportarnos a momentos del pasado con una claridad y precisión sorprendentes. De hecho, el olfato es el que más recuerdos puede provocar, tanto positivos como negativos, superando incluso a otros estímulos sensoriales, como las imágenes visuales o los sonidos.
Un simple olor puede hacernos recordar no solo eventos, sino también personas o lugares específicos. Este fenómeno ocurre gracias a la llamada “memoria olfativa”. El hipocampo, una estructura cerebral que forma parte del sistema límbico, es la encargada de guardar estos aromas. Este proceso es tan potente que, al percibir un aroma familiar, podemos revivir una experiencia completa, con detalles que creíamos olvidados.
Este poder del olfato sobre la memoria ha sido demostrado en diversos estudios científicos. Uno de los pioneros en investigar la relación entre los olores y la memoria fue el psicólogo sueco Trigg Engen, quien en la década de los 70 realizó un estudio que consistía en exponer a los participantes a fotos y olores. Tras un tiempo, los participantes debían recordar los estímulos que habían experimentado. El resultado fue revelador: mientras que la memoria visual disminuía considerablemente con el paso del tiempo, los recuerdos olfativos permanecían casi intactos durante meses, lo que demuestra la capacidad única de los olores para fijarse en nuestra memoria.
Un ejemplo literario clásico de este fenómeno es la famosa obra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. En un pasaje memorable, el narrador revive una avalancha de recuerdos al probar una magdalena sumergida en té, un sabor que lo transporta a su infancia. Este fenómeno, conocido como el "efecto Proust", ilustra cómo un simple aroma o sabor puede desatar una serie de recuerdos profundamente almacenados en nuestra mente, demostrando la fuerza emocional que los olores pueden tener sobre nosotros.
En el mundo de los negocios y el marketing, esta capacidad evocadora del olfato ha sido aprovechada a través de lo que se conoce como “odotipo”. El odotipo es la identidad olfativa de una marca, un aroma que refleja la personalidad de una empresa, de manera similar a cómo un logotipo visual representa una marca. Este concepto tiene un poder significativo en la forma en que los consumidores se relacionan con un producto o servicio, ya que el aroma puede despertar emociones, recuerdos y asociaciones que refuerzan la conexión con la marca.
Además, en el ámbito legal, México ha avanzado en el reconocimiento de las marcas olfativas. Con la reforma en la Ley de la Propiedad Industrial, que abre la posibilidad de proteger las marcas olfativas, permitiendo que los olores sean registrados como signos distintivos. Una marca olfativa es un aroma que no es intrínseco al producto, sino que se añade para hacerlo distintivo y fácilmente identificable. Esto significa que las empresas pueden registrar un aroma único para diferenciarse en el mercado y protegerlo legalmente como su propiedad intelectual.
Para obtener el registro de una marca olfativa, el solicitante debe ser capaz de representar visualmente el aroma, ya que los olores no pueden ser registrados de forma tangible, ya que se descomponen con el tiempo. Por lo tanto, se requiere una descripción detallada del aroma, en términos claros y específicos, para que sea identificable y diferenciado de otros aromas en el mercado. Esta descripción debe ser lo suficientemente única para identificar el olor y evitar confusiones con otras marcas registradas.
El Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) evalúa cada solicitud de marca olfativa para asegurarse de que cumpla con los requisitos de distintividad, es decir, que no se confunda con aromas ya registrados en su clase. Las marcas olfativas no son una característica intrínseca del producto, sino un signo añadido que lo distingue en el mercado.
En 2024, la famosa marca de crayones Crayola obtuvo el registro del aroma particular de sus crayones en USA, que se describe como “una esencia de jabón levemente terrosa con toques de arcilla, con matices similares al cuero”.
En México, la primera marca olfativa registrada fue en 2019, cuando el IMPI otorgó el registro a la masa de Play-Doh. Su aroma se describe como “una combinación dulce y algo musgosa, con fragancia a vainilla, toques de cereza y el olor natural de la masa salada a base de trigo”. Esta marca olfativa resalta el poder del olfato no solo para recordar, sino para generar una conexión emocional con los consumidores, que asocian el característico aroma con la diversión y la creatividad de la marca.
En resumen, el olfato tiene un poder singular para evocar recuerdos y emociones, lo que lo convierte en una herramienta poderosa tanto en el ámbito de la memoria humana como en el marketing y la protección de marcas. La capacidad de los olores para trascender el tiempo y conectar con la parte más emocional de nuestro ser hace que sea un sentido vital en nuestra percepción del mundo.
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